Es para mi fuente de orgullo y satisfacción como Tutor, interactuar con una mujer tan especial como la Coordinadora de las escuelas Policarpa y kennedy y este es un pequeño homenaje de admiración a Esther Moreno Palacios
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Foto de Roberto Chile |
La rebeldía en la sangre, el
orgullo en la garganta y la transhumancia en el corazón, identifican al
cimarrón. Quizás en esos tres elementos se sintetiza la esencia vital de
Esther. Una mujer labrada en ébano, que a los dos años fue huida de Quibdó en
los brazos del buen Juan Evangelista, su padre; porque el destino con fuliginoso azar ya había levado anclas y al
negro se le metió en la cabeza
que allí no tenía futuro su familia.
Aún la tarde la sorprendió con su sombra
recortada por la nostalgia y la ausencia.
La abuela desde el portal se mecía y susurraba aquello de Guillén- sin
dejar de pensar que su muchacho se hacía aguas abajo con una de las Palacios-.
Pero también está su mayor
orgullo: Juan Andrés, su niño autista de 17 años, su yambambó. Su vida está
signada por el dos. A los dos meses de nacido, Esther adoptó a Juan- como el
roble aquel que le trajo un día en sus brazos desde Quibdo- y Andrés “El hombre”.
Ël me brinda la serenidad que necesito para hacer mi labor. Siempre encerrado
en su mundo me genera paciencia, amor y dedicación, recalca Esther, mientras
esboza una sonrisa cómplice y se hacen vidriosos sus ojos.
Juan Evangelista era “el divino”
y Esther “la estrella”. La abuela Máxima
Caicedo tenía un cimentado tufo de religiosidad que acompañaría al afro durante
toda su vida. Una sonrisa blanca y cómplice escapa del rostro de Esther e
ilumina el lugar.
Dos años es mucho tiempo en
territorio de pobreza y puede ser un abismo, una brecha que los Moreno no
querían dejar que se abriera más. La abuela quedó en el portal y allí la cogió
la noche, por fortuna bautizada. ¡Destino cimarrón! Agitaba el viento.
Si, el cimarrón remontaría el rio
Atrato con su mujer Irsa y sus siete
hijos. Tomó sus "motetes" y en el primer vapor empacó sus ilusiones.
Máxima solo levantó los ojos desde el umbral. Era la época de la violencia,
piratas de sangre negra y salteadores de caminos rondaban por la patria con olor a chusma.

“El negro canta y se ajuma,
el negro se ajuma y canta,
el negro canta y se va.
Acuememe serembó,
aé
yambó,
aé”
Sin volver sobre sus pasos y con
la imagen de la abuela en el portal, con su yambambé, el negro Juan, guío a su familia hasta la
ribera del Magdalena. Aquella ciudad que fuera un leñateo para los barcos que
surcaban el río grande, se abría paso como un gran asentamiento cimarrón. Allí
en La Dorada, juan y su mujer se hicieron maestros!
La noche con su respectivo día se
pierde en la amnesia del tiempo y Esther recibía en el Instituto Nacional
Dorada de manos de su padre y profesor: Juan Evangelista Moreno Caicedo, el
cartón que la acreditaba como bachiller-
¡Fue le mayor orgullo de hija- recuerda Esther.
El 4 de marzo de 1972, Esther
volvía al éxodo, esta vez en brazos de la esperanza: Fue nombrada profesora en
la vereda el Tigre.
Los Moreno Palacios se
multiplicaron y fueron heredando los sueños del negro Juan Evangelista. ¿Es
raro que digan que en el Chocó existe tanto analfabetismo, cuando allí casi
todos son maestros! Argumenta Esther, al tiempo que recuerda como en el año 73
fue trasladada a la Escuela Sucre, en el 76 a la escuela Policarpa, en el 82
era Directora de la escuela y para el dos mil y tantos, ya era coordinadora. Se
licenció en la Universidad del Tolima y se especializó en Telemática. Como
maestra, llegan a la memoria rostros con
la candidez del tiempo y como mujer se
hace el sueño y se abren heridas y se mantienen los versos de Buesa
Decir adiós... La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo...
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.
Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama...
Y no saber por qué se olvida...
Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte algúna
Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.
Y en esa angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa...
De aquella época dice sin poca
nostalgia, la razón del el nacimiento de su hija Liliana, una médica que
reivindica a una abuela en el portal:
Acuememe serembó,
aé
yambó,
aé
Médica é
¡Me tocó en suerte!- recuerda-
Cosas del destino! Para entonces, su madre era una niña de sexto de
bachillerato. Una joven en dificultades. Yo tenía una niña y mi hermana un
niño. Irsa solucionó el serembó. Si era niña sería para mi hermana, para que
ajustara la pareja. Si era niño sería mío, para ajustar la pareja. ¡ y gané! El
cielo me brindó un ángel para acompañar mis noches e iluminar mis Días.
“(…)No sabes ni quien soy o eso
parece
pero sé que algún día lo sabrás
y si no te enteraras tú jamás
te diré que te amo muchas veces
si a mi mundo no vienes voy al
tuyo
a volar los cometas en tu espacio
tomando tus manitas muy despacio
que será divertido pues lo intuyo
No estoy triste ni soy un egoísta
las lágrimas que ves es de
contento
de una madre que no muere en el
intento
por ayudar a su hijo que es
autista”
Esther en una ciudad calurosa,
transpira paz…Siempre una sonrisa está dibujada en su rostro. Hace rato olvidó
el color de su piel porque todos la miran con el color del amor. Sin embargo
lucha desde la Asociación de Mujeres Cimarronas de la Dorada, porque todas
tengan la misma ilusión del negro Juan, de no resignarse en la pobreza, de
gritar que el color de la piel es simplemente una visión de pasado, es decir,
como una idea de reivindicar lo afro, acorde con lo que aprendió en Medellín
por allá en 1999.
Hoy, Esther está en la Policarpa.
Se turna para cumplir con su misión. Afuera en el patio la profe hace educación
física con los niños, unos padres han llegado a compartir el algo con sus hijos
de preescolar. Desde un ángulo del frondoso patio, la mirada de una mujer
orgullosa, trashumante y rebelde se hace
recuerdo. Allí está, recortando la luz, la figura de Esther.
Hoy muchos juanes remontan las
siete bocas del río atrato. Son seres que ven ahogadas sus esperanzas y se
abren camino. Esther sigue siendo ese roble que anima a las cimarronas, pero
ante todo a esas madres que en silencio van de puntitas por la vida llevando
de la mano su niño autista.
¡Que linda publicación en honor a la lucha de hombres y mujeres afro!
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