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Bienvenidos al blog de la Institución Educativa Dorada, INED, establecimiento focalizado del PTA para mejorar la calidad de la educación en el oriente de Caldas. Nicolás Molina Marín Rector y los directivos docentes: Miguel Morales y Esther Moreno; les invitan a conocer sus ventajas competitivas y el profesionalismo de sus maestros

jueves, 14 de marzo de 2013

¡ A UNA CIMARRONA CON E!




Es para mi fuente de orgullo y satisfacción como Tutor,  interactuar con una mujer tan especial como la Coordinadora de las escuelas Policarpa y kennedy y este es un pequeño homenaje de admiración a Esther Moreno Palacios
Foto de Roberto Chile


La rebeldía en la sangre, el orgullo en la garganta y la transhumancia en el corazón, identifican al cimarrón. Quizás en esos tres elementos se sintetiza la esencia vital de Esther. Una mujer labrada en ébano, que a los dos años fue huida de Quibdó en los brazos del buen Juan Evangelista, su padre; porque el destino con  fuliginoso azar ya había levado anclas  y al  negro  se le metió en la cabeza que allí no tenía futuro su familia. 
Juan Evangelista era “el divino” y Esther  “la estrella”. La abuela Máxima Caicedo tenía un cimentado tufo de religiosidad que acompañaría al afro durante toda su vida. Una sonrisa blanca y cómplice escapa del rostro de Esther e ilumina el lugar.

Dos años es mucho tiempo en territorio de pobreza y puede ser un abismo, una brecha que los Moreno no querían dejar que se abriera más. La abuela quedó en el portal y allí la cogió la noche, por fortuna bautizada. ¡Destino cimarrón! Agitaba el viento.
Si, el cimarrón remontaría el rio Atrato  con su mujer Irsa y sus siete hijos. Tomó sus "motetes" y en el primer vapor empacó sus ilusiones. Máxima solo levantó los ojos desde el umbral. Era la época de la violencia, piratas de sangre negra y salteadores de caminos  rondaban por la patria con olor a chusma.
 Aún la tarde la sorprendió con su sombra recortada por la nostalgia y la ausencia.  La abuela desde el portal se mecía y susurraba aquello de Guillén- sin dejar de pensar que su muchacho se hacía aguas abajo con una de las Palacios-.
   
“El negro canta y se ajuma,
el negro se ajuma y canta,
el negro canta y se va.
Acuememe serembó,
yambó,
aé”

Sin volver sobre sus pasos y con la imagen de la abuela en el portal, con su yambambé,  el negro Juan, guío a su familia hasta la ribera del Magdalena. Aquella ciudad que fuera un leñateo para los barcos que surcaban el río grande, se abría paso como un gran asentamiento cimarrón. Allí en La Dorada, juan y su mujer se hicieron maestros!
La noche con su respectivo día se pierde en la amnesia del tiempo y Esther recibía en el Instituto Nacional Dorada de manos de su padre y profesor: Juan Evangelista Moreno Caicedo, el cartón que la acreditaba como bachiller-  ¡Fue le mayor orgullo de hija- recuerda Esther.

El 4 de marzo de 1972, Esther volvía al éxodo, esta vez en brazos de la esperanza: Fue nombrada profesora en la vereda el Tigre.
Los Moreno Palacios se multiplicaron y fueron heredando los sueños del negro Juan Evangelista. ¿Es raro que digan que en el Chocó existe tanto analfabetismo, cuando allí casi todos son maestros! Argumenta Esther, al tiempo que recuerda como en el año 73 fue trasladada a la Escuela Sucre, en el 76 a la escuela Policarpa, en el 82 era Directora de la escuela y para el dos mil y tantos, ya era coordinadora. Se licenció en la Universidad del Tolima y se especializó en Telemática. Como maestra, llegan a la memoria rostros  con la candidez del tiempo  y como mujer se hace el sueño y se abren heridas y se mantienen los versos de Buesa


Decir adiós... La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo...
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.


Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.

Y no saber por qué se ama...
Y no saber por qué se olvida...

Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino

que no conduce a parte algúna
Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.

Y en esa angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa...

De aquella época dice sin poca nostalgia, la razón del el nacimiento de su hija Liliana, una médica que reivindica a una abuela en el portal:
Acuememe serembó,
yambó,
Médica é

 Pero también está su mayor orgullo: Juan Andrés, su niño autista de 17 años, su yambambó. Su vida está signada por el dos. A los dos meses de nacido, Esther adoptó a Juan- como el roble aquel que le trajo un día en sus brazos desde Quibdo- y Andrés “El hombre”. Ël me brinda la serenidad que necesito para hacer mi labor. Siempre encerrado en su mundo me genera paciencia, amor y dedicación, recalca Esther, mientras esboza una sonrisa cómplice y se hacen vidriosos sus ojos.
¡Me tocó en suerte!- recuerda- Cosas del destino! Para entonces, su madre era una niña de sexto de bachillerato. Una joven en dificultades. Yo tenía una niña y mi hermana un niño. Irsa solucionó el serembó. Si era niña sería para mi hermana, para que ajustara la pareja. Si era niño sería mío, para ajustar la pareja. ¡ y gané! El cielo me brindó un ángel para acompañar mis noches e iluminar mis Días.

  
“(…)No sabes ni quien soy o eso parece
pero sé que algún día lo sabrás
y si no te enteraras tú jamás
te diré que te amo muchas veces

si a mi mundo no vienes voy al tuyo
a volar los cometas en tu espacio
tomando tus manitas muy despacio

que será divertido pues lo intuyo

No estoy triste ni soy un egoísta
las lágrimas que ves es de contento
de una madre que no muere en el intento
por ayudar a su hijo que es autista”

Esther en una ciudad calurosa, transpira paz…Siempre una sonrisa está dibujada en su rostro. Hace rato olvidó el color de su piel porque todos la miran con el color del amor. Sin embargo lucha desde la Asociación de Mujeres Cimarronas de la Dorada, porque todas tengan la misma ilusión del negro Juan, de no resignarse en la pobreza, de gritar que el color de la piel es simplemente una visión de pasado, es decir, como una idea de reivindicar lo afro, acorde con lo que aprendió en Medellín por allá en 1999.
Hoy, Esther está en la Policarpa. Se turna para cumplir con su misión. Afuera en el patio la profe hace educación física con los niños, unos padres han llegado a compartir el algo con sus hijos de preescolar. Desde un ángulo del frondoso patio, la mirada de una mujer orgullosa, trashumante y rebelde  se hace recuerdo. Allí está, recortando la luz, la figura de Esther.
Hoy muchos juanes remontan las siete bocas del río atrato. Son seres que ven ahogadas sus esperanzas y se abren camino. Esther sigue siendo ese roble que anima a las cimarronas, pero ante todo a esas madres que en silencio van de puntitas por la vida   llevando  de la mano su niño autista.

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