La profe despacha los niños "llenitos" y les deja el "algo" para la casa. Una canoa vibra, al leve temblor de las aguas. En el kiosco, algunos pescadores se hamacan tratando de escapar del calor. La paciencia se apodera de todo, con la modorra del letargo.El paisaje se suspende en el tiempo, abrazado por el sol. Son las leves ondas, las únicas que llevan ritmo y destino. En las islas, el agua roba arenisca, como cuando un niño pasa suavemente la lengua por un suspiro y este se deshace al primer contacto..
De este lado y sobre un promontorio, se levanta una escuela blanca, con una puerta roja y una oxidada malla, que quizás solo sirva para tratar de quitarle de encima la amenaza del olvido.
Es raro, pero viéndola así, viene a la memoria aquella vieja canción de Serrat:
"Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco,
bajo un cielo que a fuerza
de no ver nunca el mar,
se olvidó de llorar".